jueves, 20 de septiembre de 2012

Polilla #6: sadismo

La razón fría da lugar a una lógica implacable, casi cruel; en cambio, la emoción fría desata otra forma de crueldad, acaso peor, que es el sadismo, esa curiosidad morbosa –casi goce- ante el sufrimiento ajeno. (1)

- El otro día iba bajando por Sucre y me encontré un papel en el piso que decía: “quiero torturarte, violarte y matarte; luego cortarte en trozos y enviarte a tu padre para que pueda comerte mientras defeca sobre tu madre”. No tenía remitente ni destinatario, sólo eso. La gente está muy cagá de la cabeza, hueón.
- Definitivamente lo escribió un sádico. Tan magníficamente humano. Nietzche decía que lo que nos separaba de los animales era nuestra capacidad para odiar.
- Prefiero quedarme con lo que decía Verne: lo que nos separa es el soñar.
- Es que tú eres un romántico viajero.
- Hablando de viajes, me gustaría compartir contigo mi sábado por la noche.
- Soy todo oídos.

“La noche del sábado fue de hecho bastante loca para mí. Invité unos amigos a mi casa, tomamos un par de copetitz. Pasamos el rato en mi sótano, la zona suave, donde nos relaxeamos.

- Tú no tení sótano, viví en un departamento.

“Luego los papás del Dafne estaban organizando una fiesta. Tuvimos la oportunidad de pasar el rato entre adultos, lo que fue un buen cambio de ritmo. Te comunicas, conversas con personas que tienen historias interesantes. Hablé con un tipo que decía haber escalado cinco montañas.

- ¿Me estai hueviando?
- Sí, perdón. Empiezo de nuevo.

“La noche del sábado fue de hecho bastante loca para mí. Invité unos amigos a mi casa, tomamos un par de copetitz. Apenas salió la política como tema de discusión y nos dimos cuenta que quizá ya habíamos tomado más de lo suficiente, nos fuimos en la 418 a un liceo en toma donde había una tocata. Eran puras bandas de mierda las que tocaban, pero la Orquesta Tocornal cerraba así que fuimos igual. Eran recién las ocho de la noche.

“Apenas entramos uno de mis amigos me pidió que lo acompañara al baño, como las buenas amigas que somos. Era un baño amplio con mucha gente dentro, varios de ellos meando en lugares inconvencionales. Mientras esperaba me encontré con el Lepe, que me saludó de abrazo y me preguntó cuándo nos íbamos a juntar a tocar porque ya había parchado su bombo. Intenté evadirlo y hacer como que respondía unos mensajes de texto, pero él me seguía hablando y hablando y hablando. Creo que me decía algo de su hermano chico, que estaba enfermo, lo que fue extraño porque siempre pensé que era hijo único. Incluso cuando mi amigo salió del baño y fuimos a ver las bandas no se nos despegó.

“Habían montado el escenario en el gimnasio el colegio, con varios parlantes y una que otra luz. Un grupo que decía llamarse Fecal Detonation estaba tocando un cover de Mötorhead cuando llegamos.

“Nos hicimos espacio hasta las primeras filas, cerca del círculo del mosh. La canción terminó y el público les agradeció muy a su forma con gritos y aplausos. El vocalista, un veinteañero de pelo largo y torso desnudo, anunció que cerrarían con un tema propio que titulaba “Napalm Destruction”.

“La banda se puso a tocar. No era una mala canción, de hecho el público parecía muy entusiasta y violento, que es lo que se estila en señal de correspondencia en esos contextos. El vocalista empezó a pasearse por el escenario mientras agitaba los brazos; todo en una actitud casi de poseído, de trance. De pronto se detuvo en seco en la cornisa del escenario, mirando al vacío. Todos entendimos que pretendía saltar para que el público lo suspendiera en el aire, como a un Peter Gabriel cualquiera, y aunque los ánimos generales estaban buenos, no eran suficientemente buenos como para que quisiéramos recibirlo. No era ninguna estrella de rock después de todo. El público empezó a empujarse para no tener que aguantarlo, pero él no se daba cuenta que el éxtasis se había interrumpido. Seguía como concentrándose en su qï. Con el Lepe y mi otro amigo empezamos a apretarnos contra la primera fila para no tener que recibirlo, y la sensación general era que el muy imbécil se iba tirar a la nada y nadie lo agarraría. La banda seguía tocando, ensimismada.

“El vocalista se tiró y de pronto la música se detuvo. Todos empezaron a hacer espacio y a gritar porque había ocurrido lo que todos temían. El vocalista había aterrizado de bruces contra el piso del gimnasio y tenía la boca hecha trizas. El Lepe fue a ayudarlo porque estaba inconsciente, junto con otro metalero y una mina que, a juzgar por cómo gritaba, debió ser su polola o su hermana.

“El Lepe le tomaba el pulso y en definitiva fingía que era de ayuda, cuando lo único que hacía era entorpecer. La gente seguía gritando y algunos decían que había que llamar a la ambulancia o los bomberos o a los pacos, lo que naturalmente era una pésima idea considerando la ocupación del liceo. Por mientras el resto de la banda seguía en el escenario impasible, como si fuese algo de rutina; creo incluso que el guitarrista estaba reafinando su guitarra o algo así. El Lepe empezó a gritarme para que lo fuera a ayudar. Pero yo no quería.

“Mi amigo se acercó al Lepe lentamente en medio de la algarabía y se quedó mirando al herido con una cerveza en la mano, serio. Seguía recostado de espalda en el piso pero acababa de volver en sí y se retorcía gimiendo de dolor. Mi amigo lo contemplaba desde la altura, mirándolo fijamente a los ojos y girando la cabeza en señal de reprobación. Después me miraba a mí con una sonrisa maliciosa. Y lo volvía a hacer. Luego volvía a mirarme. Le hacía una gracia tremenda.

- Ahí salí al patio del liceo y me tomé el concho de una chela que había en una jardinera. Me quedé mirando las luces de las micros que pasaban y tirándole piedras a unos gatos que había afuera. Y entonces me acordé de mi papá, y que no lo veía hace varios meses. No sé por qué. Me acordé de una vez que lo había acompañado a comprar Coca-Colas retornables a un quiosco, cuando vivía solo en un departamento de Villa Frei. Me quedé ahí como quince minutos.
- ¿Y qué tenía que ver esto con los viajes?
- Nada. En realidad sólo quería contarte la historia. A todo esto, ¿sabiai que la palabra sádico viene del Marqués de Sade?

(1) La Cultura Huachaca

miércoles, 15 de agosto de 2012

Polilla #4: interesantes

- Estaba pensando.
- ¿Qué estabas pensando?
- Unos pensamientos.
- ¿Me los podrías confesar?
- Venga que sí. Dicen así, ejem, ejem. Estaba pensando en lo que dijiste el otro día. Eso que tus días se escurren como mantequilla.
- No dije eso, dije que corrían como conejos.
- Pero los conejos no corren. Las liebres corren. Los conejos son como liebres con síndrome de Down. Son como chicos y gordos y más...
- ¿Podí ir al grano?
- Estaba pensando que si crías tu cuerpo y tu mente como dos antagonistas desde que eres pequeño, vas a ser el campo de batalla de una constante pugna, pues ambos acabarán enfrentándose. Y cuando tú eres flojo y dejas que las horas de luz te resbalen como el agua de la ducha, lo único que estás haciendo es dejar que tu cuerpo gane la batalla, cuando los dos sabemos que es el otro contrincante quien debiese triunfar: la mente.
- ¿De dónde sacai esas hueás?
- No sé. Ayer me puse a leer el reverso de unos Chocapic y decía algo parecido.
- Quizá debería tener una vida más rockera. Hacer todo bien rápido y morir joven de alguna forma interesante, como pescando pulpos en altamar.
- Eso no es interesante.
- Entonces me pongo unos wayfarer en lugar de antiparras y dejo que la última canción reproducida en mi iPod sea cualquier hueá de Sonic Youth.
- Ahí se pone más interesante. Ahí se pone más interesante la cosa, ah. Ah.
- Entonces cuando me encuentren los forenses, todo desmembrado por los pulpos y los tiburones y quizá qué otros bichos marinos, van a decir “ah, este hombre, efectivamente era un hombre muy interesante”. Y voy a ser recordado como tal.
- Quizá simplemente deberiai dejar de pasar tanto tiempo en internet leyendo artículos ahueonaos en Wikipedia.
- Es la otra opción.

Se quedaron en silencio varios minutos, quizás horas mirando la pantalla del televisor. No cambiaron el canal ni una sola vez.

- A lo mejor deberíamos dejar de ser amigos.

Este episodio fue escrito a las cinco de la mañana.

Polilla #3: sueños

- ¿Te gusta Jeff Buckley?
- Y vamos a seguir…
- Conocí una mina el otro día, ¿te dije?
- No, a ver. Cuéntame.
- ¿Qué querí que te cuente?
- Cómo es, cómo se llama, qué hace, dónde vive.
- Eeeh, es linda, es graciosa.
- Qué más.
- Eso… es divertida. Dale. La pelota.
- ¿Qué pelota?

Me he dado cuenta que en los últimos años de mi vida, los días se han encargado de correr como conejos. Se escapan raudos y no hay foco que los detenga. Mis tardes están manchadas por siestas y las madrugadas, bueno, no son más que compilaciones de horas perdidas. Las ocasiones en las que me digno a salir a la calle y caminar, ya sea solo o acompañado, son pequeños oasis de conciencia. El mundo se ve más nítido cuando ves las cosas difuminándose frente a ti, corriendo en contra tuyo.

- El otro día me junté con un amigo. El Juanjo. Lo llamé de medianoche porque estaba angurri y le pregunté si estaba haciendo algo, más bien si estaba haciendo nada.
- ¿Fumaron?
- Sí. Fumamos en el Parque Balmaceda y salimos a caminar por las calles chicas cerca del metro Salvador.  Estuvimos conversando. Me dijo que no creía que el mundo fuera a mejorar. Que ya estaba todo tan suficientemente cagao’ que era virtualmente imposible que las cosas cambiaran. Me hablaba tan rendido. Que las marchas por la educación y que no sé qué… que no sirven de nada, que las cosas van a seguir así de mal porque hay personas tan malas y con tanto poder sobre las instituciones imperantes, que el mundo va a seguir como en caída libre y va a ser imposible frenarlo, porque es imposible derrocar a los malos. No es posible desplomarlos.
- ¿Tú pensai lo mismo?
- Le dije que no. Que yo pensaba que la gente sí estaba más consciente de las cosas y que iba a pelear de vuelta, costara lo que costara. El otro día vi una entrevista a Jodorowsky en la que decía que las personas somos como ollas a presión, y aunque más bien se refería a nuestra naturaleza emocional, lo extrapolé a este tópico. Estamos tan comprimidos, tan reprimidos, que es inminente que bullamos. El agua ya se está calentando, hace tiempo. Y aunque alcanzar ese hervor tome años, incluso siglos, va a ocurrir. Estamos a las puertas de esa explosión, porque burbujas ya hay. El agua se está calentando, yo te digo.
- Pero Jodorowsky es un charlatán.
- Da igual. El tipo sabe, me cae bien. Independiente de que le recomiende a la gente ponerse bistecs en la ropa interior y pintarse de rojo las palmas para sanarse siquiátricamente. Me gusta lo que dice, al menos es optimista.
- Bueno, ¿y?
- Entramos a esos condominios por Obispo Salas, que es donde vive. Y ahí nos quedamos hablando. Habíamos comprado una chela. Le dije que, eventualmente, la raza humana iba a alcanzar la armonía eterna e iba a vivir bajo una celestial inteligencia colectiva, operando como el todo que somos. Porque todo es Dios y nosotros somos parte de él. Somos como células dentro de su infinito cuerpo y lo natural en todo sistema biológico es auto-remediarse. Vamos a curarnos.
- ¿Eso le dijiste?
- No, ya estoy desvariando. Pero me hubiera gustado decirle.
- Suenas profundo, profundo como un cenote a cielo abierto.
- Todos somos un cenote.
- Mmm… es como una canción.
- “Todos somos un cenote”, el último gran éxito de Marco Antonio Solís. O de Wendy Sulka, quizá.
- Me gusta, me gusta. ¿Hablándole así te joteaste a la mina?
- No, le empecé a contar un sueño que tuve el otro día. Que dice así.

“Me encontraba en un baño, que para mí en el sueño era completamente familiar. Éramos muchos los que estábamos ahí reunidos, como en la portada del Person Pitch, pero sin los gorritos. Estaba mi abuelastra, tío-abuelos con los que no me llevo bien, grandes amigos del colegio, todas mis parejas formales e informales, estaba incluso George Harrison. Había ocurrido un golpe de estado y los milicos se agolpaban allanando casas. En el sueño no se explicitaba si nosotros como grupo teníamos historial en contra de aquel levantamiento, porque todos parecían distendidos, mas yo era fruto del pánico. (He tenido varios sueños que involucran pronunciamientos militares…). De pronto el silencio de nuestra casa fue perturbado. Soldados fascistas habían derribado la puerta y comenzaban a registrar los dormitorios a lo largo del pasillo de la casa. Nadie en el baño parecía perturbado, era como si todo se tratase de zafia rutina. Cuando los militares ya forzaban la puerta y todos permanecían aún inmóviles, tomé del brazo a una de mis ex-parejas y forcé la ventana para que escapáramos. El exterior era como un barrio residencial en Providencia o Las Condes, con inmaculadas casas blancas y resplandecientes árboles frondosos, bañados por el exquisito sol de mañana. Corrimos y corrimos. Se veían tropas detenidas en las calles, como esperando para derribar otra puerta, allanar otra casa, tomar prisioneros otros resistentes. Tengo que admitir sin embargo, que pese a lo brutal del contexto, se respiraba una extraña calma en el ambiente. Parecía una tranquila mañana de domingo (de esas sin sábados jóvenes y alocados).

“Cuando ya habíamos avanzado varias cuadras y no se divisaban tropas en rededor, un sujeto vestido a rayas rojas y blancas, de anteojos y gorro en los mismos tonos, aparece caminando en la vereda de frente. “Wally”, pensé. Pocos metros más allá, en una esquina, logré distinguir más como él a lo lejos, como una muchedumbre de wallys enardecidos haciendo el frente revolucionario. “Así que aquí es donde todos ellos se escondían”, me dije. Mi ex-amor seguía corriendo, poco más adelante que yo.

- En eso me di cuenta que estaba soñando, pero no desperté. El resto del sueño gira en torno a cuestiones sexuales que no quiero contar ahora.
- ¿Y estuvo rico?
- Desperté con los calzoncillos mojados.
- ¿Y la mina?
- Me la comí, pero no me acuerdo su nombre. Creo que se llamaba igual que la ex del sueño. O quizá estoy desvariando.

Balada de Pablo de Rokha [fragmento]

Yo canto, canto sin querer, necesariamente, irremediablemente, fatalmente, al azar de los sucesos, como quien come, bebe o anda y porque sí; moriría si no cantase, moriría si no cantase; el acontecimiento popular del poema estimula mis nervios sonantes, no puedo hablar, entono, pienso en canciones, no puedo hablar, no puedo hablar; las ruidosas, trascendentales epopeyas me definen, e ignoro el sentido de mi flauta; aprendí a cantar siendo nebulosa, odio, odio las utilitarias labores erradas, cuotidianas, prosaicas, y amo la ociosidad ilustre de lo bello; cantar, cantar, cantar...  he ahí lo único que sabes, Pablo de Rokha...

Los sofismas universales, las cósmicas, subterráneas leyes dinámicas, me rigen, mi canción natural, polifónica se abre más allá del espíritu, la ancha belleza subconciente, trágica, matemática, fúnebre, guía mis pasos en la obscura claridad; cruzo las épocas cantando como un gran sueño deforme, mi verdad es la verdadera verdad, el corazón orquestal, musical, orquestal, dionisíaco, flota en la augusta, perfecta, la eximia resonancia unánime, los fenómenos convergen a él, y agrandan su sonora sonoridad sonora, sonora; y estas fatales manos van, sonámbulas, apartando la vida externa, —conceptos, fórmulas, costumbres, apariencias-; mi intuición sigue los caminos de las cosas, vidente, iluminada y feliz, porque todo se hace canto en mis huesos, todo se hace canto en mis huesos.

lunes, 13 de agosto de 2012

Polilla #2: el carrete


“Esta historia empieza con una botella de vino y termina con una botella de vino.”

- ¿Te pasé ese disco de Nicolas Jaar?
- No. Qué hueá.
- Es un chileno que hace música electrónica. Que vive en Nueva York.
- Yo me quedo con Curi York.
- Sacohuea.
- ¿Y güeno?
- Chileno y güeno.
- Como el dicho.
- Como el dicho. Estuve leyendo críticas del disco. Cacha que la Pitchfork le puso un---
- ¿Sabi qué hueá? Cállate… me teni chato con tu Pitchfork culiá y de hecho, ¿sabi qué?, estoy chato que hablemos de música siempre. La única hueá que me hablan todo el día es de esa hueá. Todos los culiaos del curso siempre me hablan por facebook pa’ pedirme bandas y que les tire youtubes y que les pase música triste porque pelearon con sus pololas y no sé qué cosa. ¿Acaso no puede tener uno un momento de paz y calma? ¡Yo también tengo sentimientos!, cachai. ¡Yo también quiero escuchar música triste con la luz de la pieza apagada y pensar en reconciliarme con mi papá! Soy una persona común y corriente, ¿me entendí?... No soy un concepto, soy sólo un chico jodido que busca su propia paz mental; no me asignen la suya…
- Ya córtala, conchetumadre. Nada peor que los ClementineKruczynskis. Todos esos hueones creyéndose bacanes por “uy, son tan disperso e inconstante”. ¿Por qué todos se creen tan heroicos por ser egoístas y cambiantes? ¿Desde cuándo chucha está de moda esa hueá? Se creen tan cool “aburriéndose fácil”…
- Ya, sí. Hablemos de otra cosa, me dio vergüenza. ¿Qué hiciste el sábado?
- Bueno, te cuento.

“Estábamos en el carrete de una mina que no conocíamos, el R. y yo. Nos habíamos pasado la tarde tomando en los peladeros del Cerro Condell, viendo la noche desplomarse sobre nosotros y ya nos terminábamos la segunda o tercera botella de tinto cuando llegamos a la casa de esta incógnita. Nos sentíamos fuera de lugar naturalmente, porque no teníamos nada que hacer ahí y apenas conocíamos persona. Nos había invitado el Dafne esa misma tarde y como la noche anterior nos la habíamos pasado viendo youtubes hasta las cinco de la mañana, convenimos con justa razón en que salir de nuestras cavernas cibernéticas y en cambio hacer algo distinto y refrescante era la mejor opción. El R. no sale mucho y yo, desde que terminé con esa puta culiá, siento que me falta algo, algo que cada viernes y sábado por la noche me acuerdo de rellenar, y luego vomitar, y entonces me falta de nuevo.

“No estábamos haciendo mucho más que tomar y mirar con cara de nada a los otros mientras carreteaban, tomando y perreando como si en ello se les fuera la vida. Un grupito de punkies, piteando en un rincón del living, empezó a mirar feo al R., que de curado empezó a cambiar la música y poner en su mp3 temas de Weezer que todos pifiaban fervorosamente. Cuando ya iba a repetir la gracia por tercera vez, uno de los punkies –el líder del grupo, al juzgar por su contextura y semblante–, se le acerca y lo levanta por el cuello de la ropa. Yo me quedé al margen, frugal, contemplando la situación y en particular la expresión encrespada del R., que estaba de puntillas por no ahorcarse con la camisa y como nunca ha estado en ninguna pelea –porque es de esos Holden Caulfields culiaos que a la hora de los quiubo no es más que carne flácida e inútil– lo hacía doblemente gracioso. Me estaba riendo y todo, pero ya todos en la fiesta se habían dado cuenta del pleito inminente, y como el R. era mi amigo y yo me debo a él como un artista a sus fans, tuve que socorrerlo. Me le acerqué al punky, desafiante. Tú sabi cómo soy con vino y medio en el cuerpo.
-Oye, qué te pasa con mi amigo, conchetumadre –le dije introduciéndome, protocolar.
El hueón me tiró un combo, pero lo esquivé con gracia felina y me abalancé sobre él ágilmente. Tú sabi cómo soy con vino y medio en el cuerpo. Los otros miembros de la pandilla se precipitaron sobre nosotros, repartiendo puños y patadas ciegamente, como un Quijote colectivo enfrentándose a un molino gigantesco e impalpable. El Dafne llegó corriendo a irrumpir en la batahola, pero recibió el puñetazo de un punky malintencionado, haciéndole caer sobre la mesa del copete y derramando los vasos y botellas sobre el piso alfombrado del living. La fiesta entera, como era lo esperable, reaccionó ante la falta de respeto. Que qué chucha, que qué se creen los culiaos y que se tienen que ir cagando.

- ¿La dura? ¿Y qué onda?
- A los hueones los echaron y el R. y yo nos quedamos con cara de pico sentados en un sofá, enteros curaos. Pa’ más remate nos encontramos un pito tirao en el piso, que se tiene que haber caído del bolsillo de algún punky durante la mocha.

“Nuestro amigo Dafne, que se da bien en eso de las relaciones interpersonales, se disculpó con la anfitriona por el desliz. Ésta, que parecía una mujer razonable, de esas que escasean hoy por hoy, le concedió la amnistía con un caballeroso apretón de manos. Las cosas habían vuelto a la normalidad y la celebración ya había reanudado como si nada hubiera sucedido. La música sonaba y la gente bailaba, alegre y despreocupada.

- Ya, pero qué pasó con ustedes.
- Déjame ir pa’ allá.

“El R. y yo, que yacíamos en el sofá, cansados de tanto licor y tanto zamarreo, discutimos la situación como los adultos que somos. “Primero”, dije yo, “hay que fumar esta hueá”. “Me parece una idea diferente y buena.”, respondió mi interlocutor con una sonrisa maliciosa. Y salimos al patio.

“La gente se veía más alargada luego de la fumada y bailaba como en cámara lenta al ritmo de las deliciosas melodías que se desprendían de los parlantes. El R. y yo nos reíamos como si fuéramos dos locos recién escapados del manicomio. Una chica de mi edad o un poco mayor me tomó de la muñeca por sorpresa y me miró seductoramente atrayéndome hacia sí, en medio de esa improvisada pista de baile. Me preguntó cómo me llamaba, pero yo sólo atiné a reír y a seguirle el juego mientras me alcanzaba una botella de vino. Estábamos bailando una canción de Wisin & Yandel o de Franco el Gorila –para mí son todos iguales. Le pregunté qué estudiaba y simulé entusiasmo e interés cuando me respondió ecoturismo en el Inacap, que estaba visitando a sus papás por las vacaciones y que se llamaba Catalina. Yo le conté en pocas palabras que me llamaba G. y que también estaba de vacaciones. Seguimos bailando algunos minutos. No sé si habrá cambiado la canción o si simplemente se repitió una y otra vez, la cosa es que en vuelo y con alcohol, y con ese canto portorriqueño a la libido frotándose contra mi cuerpo y oídos, de alguna manera me sentí más valiente de lo común y me acerqué más a ella. La chica –Catalina– reculó un poco, coqueta, y movió su índice como diciéndome que no. Yo le sonreí y me volví a acercar para besarla, pertinaz. De pronto, Weezer. El sacohuea del R.

- ¿El hijo de puta te funó?
- Seh.
Puta que es ahueonao ese hueón… ¿Y te la comiste al final?
- Espera.

“La gente en la fiesta empezó a abuchear al DJ. Yo me le acerqué, molesto como era de esperar.

- ¿Tení que hablar así todo el rato?
- Sí.

““Oye, ahueonao, me iba a comer una mina, qué chucha”, exclamé. En eso, un muchacho alto y fornido se aproximó a nosotros. “¿Vai a seguir cambiando la música, fletito culiao?”. El R. lo miró, sin entrever expresión alguna. Yo le pedí que se tranquilizara, que todo estaba bien y que no iba a volver a pasar, que ya habíamos aprendido la lección. Parece que no se lo tomó con mucho humor porque entonces comenzó a propinarme insultos de tipo sexual, homo-sexual específicamente. Me preguntó si era huevón o si me hacía, y yo le expresé mi disgusto, remarcando lo injustificado de sus palabras. R. seguía sin decir palabra. El muchacho alto y fornido me amenazó físicamente, enseñándome su pecho en alto y violando las normas estándares del metro cuadrado personal, pero como yo seguía en vuelo no me lo tomé muy en serio y no pude más que pensar en la figura de Carlos Caszely, el legendario 9 del combinado nacional, estallando en risas sin escrúpulo alguno.

- Qué fome la talla.
- No, pero es en serio. Ya deja de interrumpirme, chuchetumare.
- ¿Por qué no la haci más corta, hueón? Como que me estoy aburriendo.
- Ya, mira, la hueá es que el hueón nos quería pegar.
- Ya y.
- Que yo empecé a hablar con él, tratar de calmarlo, porque estaba enchuchado, pero yo en ese minuto estaba demasiado volado y curado y demasiado todo. Y, puta, en eso me doy vuelta y me doy cuenta que el R. no está. Y lo busco, y voy al patio y no está; y salgo a la calle, y tampoco está. Tampoco encontré al Dafne pa’ preguntarle si lo había visto.
- ¿La dura?
- Sí, poh.
- ¿Y qué hueá hiciste?
- Nah, poh. Me tuve que ir, si no conocía a nadie adentro.
- ¿Y la mina?
- No sé, pico. Me había quedado con su botella de vino, y eso me bastaba.

 “Tuve que emprender el viaje de vuelta solo, como un llanero en un western gringo. Era un John Wayne deambulando solitario y lacónico por el desierto urbano. Ya no había un Sundance Kid para este Butch Cassidy, ni tampoco un Ratso para Joe Buck, ni Billy para Wyatt, ni Jules para Vince, ni Tom para Huckleberry, ni Laurel para Hardy, ni Roger Murtaugh para Martin Riggs, ni…

“Perdón.

“Tuve que volver a casa solo, caminando por las calles de nuestra querida ciudad/pueblo en solemne silencio. Eran cerca de las dos de la mañana y no transitaba un alma por la Alameda. A lo lejos, si me concentraba, podía escuchar las reverberaciones de la carretera tremolando suavemente. Cuando pasé por el Óvalo un grupo de señoritas empezó a hacerme gestos y a gritarme cosas. Creo que era la primera vez que veía prostitutas menstruales en ese punto de la ciudad. Una de ellas, de unos cuarenta años, se me acercó lentamente. “Hola, guapito”, dijo. La saludé de vuelta. “Hola”. Me preguntó si por casualidad no tenía un cigarrito que le regalara. Le dije que no, que se me habían acabado recién porque venía de un carrete. Me preguntó cómo lo había pasado. Le dije que bien, pero que mi amigo se había ido sin avisarme y ahora tenía que devolverme solo a mi casa. No me había dado cuenta, pero había dejado de caminar y ahora conversaba frente a frente con la prostituta. “¿No queri sentarte aquí un rato?”, me preguntó. “Nah, tengo que llegar luego a mi casa”. “Hace frío”, me dijo sentándose en una jardinera. Asentí con la cabeza. Luego dijo, “oye, ¿no queri ir a alguna parte? Vamos a alguna parte”. No sé por qué, pero luego de vacilar unos segundos, acabé preguntando torpemente, “¿cuánto cobrai?”. Me dijo que cobraba quince lucas la hora y veinticinco la noche completa. Le dije que tenía veinte lucas, pero estaba mintiendo. Le pedí que me mostrara algo, porque no iba a aceptar sus servicios sin saber a qué me comprometía. Me dijo que me fuera a la chucha, que era una pendejo barsa y que no iba a mostrarme nada, menos si no ponía plata por adelantado. Le pedí que me mostrara una teta sin cobrarme, pero se ofendió más y se incorporó. Yo me alejé, raudo. La prostituta empezó a gritarme desde donde estaba, insultándome y delatándome con sus amigas, como si fuese algo tan grave.

“No sé por qué, pero en lo que restó de la caminata a mi casa, me acordé de la puta culiá de mi ex y pensé en llamarla. Pensé en cantarle “Y yo estoy aquí, borracho y loco” por teléfono, pero ya no estaba tan borracho y no era justificable. Quizás estaba con ese otro hueón que se está comiendo ahora. Pero siendo sincero me daba un poco lo mismo. Tenía una botella de vino en la mano y me dio lo mismo todo.

- ¿Y cómo llegaste a tu casa al final?
- No sé. Bien.

martes, 24 de julio de 2012

Contar hormigas

Yo estaba sentado en la gravilla, a un costado del parterre. Me dijo desde la ventana:
-¿Qué estai haciendo afuera? ¿Meditando?
-No, mirando las hormigas.
Se fue.
Cuando almorzamos me dijo:
-¿Por qué estabai contando hormigas en la mañana?
-No las estaba contando. Las estaba mirando. ¿Quién querría contar hormigas? Qué fome.
-Mirarlas, contarlas. Es lo mismo. Las dos son fomes.
-¿Cómo podrían ser lo mismo? Uno puede mirar las estrellas y está bien, ¿pero quién querría contarlas? Sólo un astrónomo o un imbécil.

lunes, 16 de julio de 2012

Sin Sol #1

Él me escribió:
Habría pasado toda mi vida tratando de comprender la función del recordar, que no es lo contrario de olvidar, sino más bien su funda.
Nosotros no recordamos. Podemos reescribir la memoria, como reescribimos la Historia.
¿Cómo puede uno recordar la sed?

miércoles, 11 de julio de 2012

Diálgo entre Dios y un hombre #1

-Dios, ¿por qué cosas malas pasan a la gente buena?
-Porque es gracioso.
-Entonces, ¿cuando mi hijo cayó del puente...?
-JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

lunes, 4 de junio de 2012

Vergel

Eres el vergel de todos mis caminos
El último botón de mi copa más alta
Haces una cruz de mis sentidos
Con tus manos de terciopelo

No somos senda fija, sino rosa de vientos
El nudo de miles de microcosmos,
Diseminándose como cometas
Y congeladas en un breve soplo

Te mueves como lo hacen las flores
Cuando las empuja el peso del cielo
Con sus estrellas como testigos
De éste, el movimiento más grandioso

Naces para mí como una aureola
La providencia te sopló como a un ave
Del ballet párvulo de los planetas
Y cómo les silba Dios en las barbas                                                 

Somos una fusa al aire
Cual vestigio del tiempo
Diluyéndonos en el silencio

domingo, 27 de mayo de 2012

Polilla #1: el paco

Tenía la inspiración en la yema de los dedos. O tal vez haya sido el café. Aunque me quedo con lo primero; a las chicas les gustan los poetas.

Estábamos en su cama. Acabábamos de hacer el amor, aunque yo no la amaba. Me tomó mientras me vestía. Me susurró al oído que un policía estaba tras mis pasos. Y como yo no creo en la institucionalidad, ipso facto la policía chilena, ipso facto el policía que me buscaba, lo deconstruí teóricamente y se esfumó materialmente de este mundo.

(Aunque claro, la no-materia no puede esfumarse porque en el humo existe la…).

Yo le dije, haciendo gala de mi nueva mejor gracia, dari per asinum. Y partí.

Salí a caminar por Bellavista. Algunas veces, cuando no tengo nadie con quién pasar el rato (o mejor dicho, nadie con quien querer pasar el rato), me hundo en mí mismo, pero me hundo afuera de mí mismo. Esa noche elegí Bellavista, por un tema de proximidad espacial (espacial-temporal, ok) y por otro de estética. Me gusta hundirme en mares llenos de peces y sueño que soy uno de ellos, y soy consciente de ser pez. 

Como decía, andaba solo. No pensé en llamarla, no a ella, sino a la otra, porque no quería asfixiarla de mi amor. Digamos, no quería ahogarla con mis mares. No esa noche. Y digo que era noche porque el sol no me quemaba la piel, aunque me saludaba reflejándose en las piedras lunares que iluminaban las oscuras callecitas recoletianas por las que transitaba pensando en ella. Ella, digamos la otra, era hermosa, sobre todo cuando la recordaba.

Iba con los audífonos enchufados a mis venas, escuchando unos hip-hops que me hacían sentir como en el más atrapante de los videoclips, sobre todo porque tenía la capucha puesta y los ojos misteriosos. Caminaba seguro sobre mis pasos, sintiendo mi corazón retumbar al ritmo de esos bajos. La gente, con sus ojos brillantes por el alcohol que ya había llegado o que iba a llegar, me miraba pasar.

"Algo se refleja y no es tu sombra"

Doblé por Loreto. Un policía me tomó por la espalda.

miércoles, 16 de mayo de 2012

La Procesión de Rick Astley

Caminamos veinticinco kilómetros en medio de la nada, iluminados por la Luna más brillante del año. A eso de las cuatro de la madrugada, una versión criolla de un redneck aceptó llevarnos.

miércoles, 18 de abril de 2012

Boshiro

Este es mi papá. Fue un marino de la Fuerza Marítima de Autodefensa Japonesa. Vino a Chile en septiembre de 1983 como tripulante del I-400 Zek, submarino en el que desempeñaría sus labores marciales. Conoció a mi mamá en Valparaíso esa primavera y tuvieron una relación de unas pocas semanas ese año. Al mes siguiente tuvo que embarcar de vuelta.
Yo nací nueve meses más tarde, en Santiago. No lo conocí más que por fotos. Mi mamá conserva algunas en un baulcito en el clóset, como esta, pero nunca conoció su apellido. Cuando le pregunto por él no me dice mucho, sino más bien me rehúye la mirada o cambia de tema.
Su nombre era Boshiro. En esta foto tenía 21 años.

sábado, 21 de enero de 2012

"The gift" [traducción]

Un cuento que escribió Lou Reed y que quería traducir hace tiempo. Disponible en el White Light/White Heat con Velvet Underground. Y dice así:

Waldo Jeffers había alcanzado su límite. Era mediados de agosto, lo que significaba que se había separado de Marsha hace más de dos meses ya. Dos meses y lo único que podía lucir eran tres cartas y dos costosas llamadas de larga distancia. Cierto, cuando el colegio acabó y ella volvió a Wisconsin y él a Locust, Pennsylvania, habían prometido concederse cierta fidelidad. Ella saldría de citas a veces, pero como una mera distracción. Se mantendría fiel.
Pero últimamente Waldo había empezado a preocuparse. Tenía problemas para conciliar sueño y, cuando lo lograba, tenía horribles pesadillas. Se quedaba despierto de noche, gimiendo y sacudiéndose bajo su colcha; lágrimas cayendo de sus ojos mientras imaginaba a Marsha y sus votos de fidelidad sobreseídos por el alcohol y el suave jadeo de algún neandertal, rindiéndose finalmente a las caricias del abandono sexual. Era más de lo que una mente humana podía soportar. Imágenes de la infidelidad de Marsha lo acosaban. Pensamientos diurnos sobre su abandono sexual permeaban su mente. Y el asunto era que nadie entendería cómo se sentía Marsha. Sólo Waldo podía entenderlo. Había escarbado en cada rincón y hendidura de su mente. Él la hacía sonreír. Y ella lo necesitaba, pero él no estaba ahí.
La idea vino el jueves antes que el Desfile de los Mummers fuera agendada. Había recién acabado de podar el césped de los Edelsons por un dólar con cincuenta y fue a revisar su buzón para ver si había algo de Marsha. No había más que una circular de la Compañía de Aluminio Forjado de Estados Unidos, inquiriendo sobre sus propios intereses. Al menos ellos se dignaban a escribirle. Era una compañía neoyorkina. “Puedes llegar a cualquier lugar con el correo”. Entonces se le ocurrió. Cierto, no tenía dinero suficiente para ir a Wisconsin en la manera convencional, ¿pero por qué no enviarse por correo? Era absurdamente sencillo. Se enviaría por correo como entrega especial.
Al día siguiente Waldo fue al supermercado a conseguir todo el equipamiento necesario. Compró masking tape, una corchetera y una caja mediana precisa para alguien de su contextura, juzgando con un mínimo de esfuerzo como para viajar relativamente cómodo. Un par de agujeros para respirar, un poco de agua, tal vez algunos tentempiés de medianoche, y probablemente viajaría tan cómodo como en Clase Turista.
La tarde del viernes Waldo ya estaba listo. Se había embalado a sí mismo y el empleado de correos había quedado de recogerlo a las tres en punto. Rotuló el paquete como “Frágil” y se acurrucó dentro de la caja, descansando en un cojín de espuma que había considerado muy prudentemente. Trató de imaginar el rostro de Marsha mientras abría la puerta, veía el paquete, le daba su propina al repartidor y luego abría la caja para ver finalmente a Waldo ahí mismo en persona. Se besarían y tal vez luego podrían ver una película. Si sólo se le hubiera ocurrido antes. De pronto, un par de manos toscas tomaron el paquete. Cayó con un ruido sordo en un camión y partió.

Marsha Bronson recién terminaba de arreglarse el cabello. Había sido un fin de semana duro. No recordaba haber bebido tanto. Bill había sido amable al respecto, sin embargo. Después que todo hubo terminado le dijo que aún la respetaba y que, después de todo, era naturalmente lo esperable de las cosas, y si bien no la amaba, sí sentía un afecto especial por ella. Pero que después de todo eran adultos racionales. Oh, Bill podría enseñarle a Waldo. Pero eso parece de hace muchos años atrás.
Sheila Klein, su mejor e íntima amiga, atravesó la puerta mosquitera y entró a la cocina. “Conchesumadre, qué cursi está afuera“. “Te creo. Me siento mamona”. Marsha apretó el cinturón de seda de su vestón de algodón. Sheila deslizó sus dedos sobre algunos granos de sal sobre la mesa, lamió su dedo e hizo una mueca. “Se supone que tengo que tomar estas píldoras de sal, pero –frunció su nariz- me dan ganas de vomitar”. Marsha empezó a acariciarse bajo la barbilla, un ejercicio que había visto en televisión. “Ni me habli de eso”. Se incorporó y fue hasta el fregadero, donde recogió una botellita con vitaminas rosadas y azules. “¿Queri una? Se supone que son más ricas que un bistec”, y luego trató de tocar sus rodillas. “No pienso volver a tocar un daiquiri por el resto de mi vida”. Se rindió y volvió a sentarse, esta vez más próxima a la mesita del teléfono. “En volá Bill llama”, dijo a Sheila. Ésta se mordisqueó una cutícula. “Después de anoche, pensé que ibai a haber terminado con él”. “Sí, sí sé a lo que te referi. Hueón, era como un gato de espaldas, defendiéndose con uñas y dientes”. Hizo el gesto, levantando sus brazos en señal de defensa. “La hueá es que, después de un rato, una se aburre de pelear con él. Y después de todo, no hice nada ni el viernes ni el sábado, así que como que le debía una. Tú cachai”. Empezó a rascarse. Sheila río, cubriéndose la boca con su mano. “Cacha que a mí me pasó algo parecido, y después de un rato –entonces se inclinó hacia adelante y dijo en un murmuro- como que quería”, y ahora reía escandalosamente.
Fue en ese momento que el señor Jameson de la Oficina Postal Clarence Darrow tocó el timbre. Cuando Marsha Bronson abrió la puerta, éste la ayudó a cargar el paquete. Hizo firmar sus papeles amarillo y verde y se fue con la propina de quince centavos que Marsha le había robado a su madre de su monedero beige. “¿Qué crei que sea?”, preguntó Sheila. Marsha permaneció con los brazos flectados tras su espalda y miró la caja de cartón café que yacía en el medio de su living. “Ni idea”.
Dentro de ella, Waldo temblaba de expectación al escuchar las voces sordas. Sheila deslizó su uña sobre el masking tape que recorría el medio de la caja. “¿Por qué no te fijai en el remitente y vei de quién es?”. Waldo sentía su corazón palpitando. Podía sentir los pasos vibrar. Sería pronto…
Marsha caminó alrededor de la caja y leyó su rótulo. “¡Hueón, es de Waldo!”. “Ese tarado…”, replicó Sheila. Waldo tiritó de nervios. “Bueno, igual deberiai abrirlo”, dijo Sheila y ambas intentaron abrir la tapa. “Aaaah”, gimió Marsha, “debe haberla engrapado”. Volvieron a tironear de la tapa. “¡Conchesumadre, se necesita un taladro pa’ abrir esta hueá!”. Volvieron a tirar. “No se puede abrir ni un poco”. Ambas permanecieron de pie, exhalando fuertemente. “¿Por qué no consegui unas tijeras?”, dijo Sheila. Marsha corrió hacia la cocina, pero lo único que encontró fueron un par de tijeras de bordado. Entonces recordó que su padre conservaba una colección de herramientas en el sótano. Bajó al sótano y cuando volvió, llevaba en sus manos un serrucho. “Es lo mejor que encontré”, dijo sin aliento. “Toma. Ábrelo tú. Yo me voy a morir”, y se hundió en un sillón mullido, exhalando ruidosamente. Sheila trató de hacer un espacio entre el masking tape y el cartón de la tapa, pero la hoja del serrucho era demasiado ancha y no cabía. “¡Por la chucha, esta hueá!”, dijo exasperada. Y luego sonriendo, “tengo una idea”. “¿Qué cosa?”, dijo Marsha. “Tú mira”, dijo Sheila, tocándose la frente con un dedo.
Dentro de la caja, Waldo estaba tan asfixiado por la excitación que difícilmente podía respirar. Su piel se sentía sensible por el calor y podía sentir su corazón palpitando en su garganta. Sería pronto. Sheila se paró y caminó alrededor de la caja. Luego se puso en cuclillas, sosteniendo el serrucho, inspiró profundamente y sumergió la hoja a través del paquete, a través del masking tape, a través del cartón, a través de la espuma y justo a través de la cabeza de Waldo Jeffers, que se partió ligeramente e hizo brotar suave y rítmicamente pequeños arcos rojos al sol de la mañana.