lunes, 13 de agosto de 2012

Polilla #2: el carrete


“Esta historia empieza con una botella de vino y termina con una botella de vino.”

- ¿Te pasé ese disco de Nicolas Jaar?
- No. Qué hueá.
- Es un chileno que hace música electrónica. Que vive en Nueva York.
- Yo me quedo con Curi York.
- Sacohuea.
- ¿Y güeno?
- Chileno y güeno.
- Como el dicho.
- Como el dicho. Estuve leyendo críticas del disco. Cacha que la Pitchfork le puso un---
- ¿Sabi qué hueá? Cállate… me teni chato con tu Pitchfork culiá y de hecho, ¿sabi qué?, estoy chato que hablemos de música siempre. La única hueá que me hablan todo el día es de esa hueá. Todos los culiaos del curso siempre me hablan por facebook pa’ pedirme bandas y que les tire youtubes y que les pase música triste porque pelearon con sus pololas y no sé qué cosa. ¿Acaso no puede tener uno un momento de paz y calma? ¡Yo también tengo sentimientos!, cachai. ¡Yo también quiero escuchar música triste con la luz de la pieza apagada y pensar en reconciliarme con mi papá! Soy una persona común y corriente, ¿me entendí?... No soy un concepto, soy sólo un chico jodido que busca su propia paz mental; no me asignen la suya…
- Ya córtala, conchetumadre. Nada peor que los ClementineKruczynskis. Todos esos hueones creyéndose bacanes por “uy, son tan disperso e inconstante”. ¿Por qué todos se creen tan heroicos por ser egoístas y cambiantes? ¿Desde cuándo chucha está de moda esa hueá? Se creen tan cool “aburriéndose fácil”…
- Ya, sí. Hablemos de otra cosa, me dio vergüenza. ¿Qué hiciste el sábado?
- Bueno, te cuento.

“Estábamos en el carrete de una mina que no conocíamos, el R. y yo. Nos habíamos pasado la tarde tomando en los peladeros del Cerro Condell, viendo la noche desplomarse sobre nosotros y ya nos terminábamos la segunda o tercera botella de tinto cuando llegamos a la casa de esta incógnita. Nos sentíamos fuera de lugar naturalmente, porque no teníamos nada que hacer ahí y apenas conocíamos persona. Nos había invitado el Dafne esa misma tarde y como la noche anterior nos la habíamos pasado viendo youtubes hasta las cinco de la mañana, convenimos con justa razón en que salir de nuestras cavernas cibernéticas y en cambio hacer algo distinto y refrescante era la mejor opción. El R. no sale mucho y yo, desde que terminé con esa puta culiá, siento que me falta algo, algo que cada viernes y sábado por la noche me acuerdo de rellenar, y luego vomitar, y entonces me falta de nuevo.

“No estábamos haciendo mucho más que tomar y mirar con cara de nada a los otros mientras carreteaban, tomando y perreando como si en ello se les fuera la vida. Un grupito de punkies, piteando en un rincón del living, empezó a mirar feo al R., que de curado empezó a cambiar la música y poner en su mp3 temas de Weezer que todos pifiaban fervorosamente. Cuando ya iba a repetir la gracia por tercera vez, uno de los punkies –el líder del grupo, al juzgar por su contextura y semblante–, se le acerca y lo levanta por el cuello de la ropa. Yo me quedé al margen, frugal, contemplando la situación y en particular la expresión encrespada del R., que estaba de puntillas por no ahorcarse con la camisa y como nunca ha estado en ninguna pelea –porque es de esos Holden Caulfields culiaos que a la hora de los quiubo no es más que carne flácida e inútil– lo hacía doblemente gracioso. Me estaba riendo y todo, pero ya todos en la fiesta se habían dado cuenta del pleito inminente, y como el R. era mi amigo y yo me debo a él como un artista a sus fans, tuve que socorrerlo. Me le acerqué al punky, desafiante. Tú sabi cómo soy con vino y medio en el cuerpo.
-Oye, qué te pasa con mi amigo, conchetumadre –le dije introduciéndome, protocolar.
El hueón me tiró un combo, pero lo esquivé con gracia felina y me abalancé sobre él ágilmente. Tú sabi cómo soy con vino y medio en el cuerpo. Los otros miembros de la pandilla se precipitaron sobre nosotros, repartiendo puños y patadas ciegamente, como un Quijote colectivo enfrentándose a un molino gigantesco e impalpable. El Dafne llegó corriendo a irrumpir en la batahola, pero recibió el puñetazo de un punky malintencionado, haciéndole caer sobre la mesa del copete y derramando los vasos y botellas sobre el piso alfombrado del living. La fiesta entera, como era lo esperable, reaccionó ante la falta de respeto. Que qué chucha, que qué se creen los culiaos y que se tienen que ir cagando.

- ¿La dura? ¿Y qué onda?
- A los hueones los echaron y el R. y yo nos quedamos con cara de pico sentados en un sofá, enteros curaos. Pa’ más remate nos encontramos un pito tirao en el piso, que se tiene que haber caído del bolsillo de algún punky durante la mocha.

“Nuestro amigo Dafne, que se da bien en eso de las relaciones interpersonales, se disculpó con la anfitriona por el desliz. Ésta, que parecía una mujer razonable, de esas que escasean hoy por hoy, le concedió la amnistía con un caballeroso apretón de manos. Las cosas habían vuelto a la normalidad y la celebración ya había reanudado como si nada hubiera sucedido. La música sonaba y la gente bailaba, alegre y despreocupada.

- Ya, pero qué pasó con ustedes.
- Déjame ir pa’ allá.

“El R. y yo, que yacíamos en el sofá, cansados de tanto licor y tanto zamarreo, discutimos la situación como los adultos que somos. “Primero”, dije yo, “hay que fumar esta hueá”. “Me parece una idea diferente y buena.”, respondió mi interlocutor con una sonrisa maliciosa. Y salimos al patio.

“La gente se veía más alargada luego de la fumada y bailaba como en cámara lenta al ritmo de las deliciosas melodías que se desprendían de los parlantes. El R. y yo nos reíamos como si fuéramos dos locos recién escapados del manicomio. Una chica de mi edad o un poco mayor me tomó de la muñeca por sorpresa y me miró seductoramente atrayéndome hacia sí, en medio de esa improvisada pista de baile. Me preguntó cómo me llamaba, pero yo sólo atiné a reír y a seguirle el juego mientras me alcanzaba una botella de vino. Estábamos bailando una canción de Wisin & Yandel o de Franco el Gorila –para mí son todos iguales. Le pregunté qué estudiaba y simulé entusiasmo e interés cuando me respondió ecoturismo en el Inacap, que estaba visitando a sus papás por las vacaciones y que se llamaba Catalina. Yo le conté en pocas palabras que me llamaba G. y que también estaba de vacaciones. Seguimos bailando algunos minutos. No sé si habrá cambiado la canción o si simplemente se repitió una y otra vez, la cosa es que en vuelo y con alcohol, y con ese canto portorriqueño a la libido frotándose contra mi cuerpo y oídos, de alguna manera me sentí más valiente de lo común y me acerqué más a ella. La chica –Catalina– reculó un poco, coqueta, y movió su índice como diciéndome que no. Yo le sonreí y me volví a acercar para besarla, pertinaz. De pronto, Weezer. El sacohuea del R.

- ¿El hijo de puta te funó?
- Seh.
Puta que es ahueonao ese hueón… ¿Y te la comiste al final?
- Espera.

“La gente en la fiesta empezó a abuchear al DJ. Yo me le acerqué, molesto como era de esperar.

- ¿Tení que hablar así todo el rato?
- Sí.

““Oye, ahueonao, me iba a comer una mina, qué chucha”, exclamé. En eso, un muchacho alto y fornido se aproximó a nosotros. “¿Vai a seguir cambiando la música, fletito culiao?”. El R. lo miró, sin entrever expresión alguna. Yo le pedí que se tranquilizara, que todo estaba bien y que no iba a volver a pasar, que ya habíamos aprendido la lección. Parece que no se lo tomó con mucho humor porque entonces comenzó a propinarme insultos de tipo sexual, homo-sexual específicamente. Me preguntó si era huevón o si me hacía, y yo le expresé mi disgusto, remarcando lo injustificado de sus palabras. R. seguía sin decir palabra. El muchacho alto y fornido me amenazó físicamente, enseñándome su pecho en alto y violando las normas estándares del metro cuadrado personal, pero como yo seguía en vuelo no me lo tomé muy en serio y no pude más que pensar en la figura de Carlos Caszely, el legendario 9 del combinado nacional, estallando en risas sin escrúpulo alguno.

- Qué fome la talla.
- No, pero es en serio. Ya deja de interrumpirme, chuchetumare.
- ¿Por qué no la haci más corta, hueón? Como que me estoy aburriendo.
- Ya, mira, la hueá es que el hueón nos quería pegar.
- Ya y.
- Que yo empecé a hablar con él, tratar de calmarlo, porque estaba enchuchado, pero yo en ese minuto estaba demasiado volado y curado y demasiado todo. Y, puta, en eso me doy vuelta y me doy cuenta que el R. no está. Y lo busco, y voy al patio y no está; y salgo a la calle, y tampoco está. Tampoco encontré al Dafne pa’ preguntarle si lo había visto.
- ¿La dura?
- Sí, poh.
- ¿Y qué hueá hiciste?
- Nah, poh. Me tuve que ir, si no conocía a nadie adentro.
- ¿Y la mina?
- No sé, pico. Me había quedado con su botella de vino, y eso me bastaba.

 “Tuve que emprender el viaje de vuelta solo, como un llanero en un western gringo. Era un John Wayne deambulando solitario y lacónico por el desierto urbano. Ya no había un Sundance Kid para este Butch Cassidy, ni tampoco un Ratso para Joe Buck, ni Billy para Wyatt, ni Jules para Vince, ni Tom para Huckleberry, ni Laurel para Hardy, ni Roger Murtaugh para Martin Riggs, ni…

“Perdón.

“Tuve que volver a casa solo, caminando por las calles de nuestra querida ciudad/pueblo en solemne silencio. Eran cerca de las dos de la mañana y no transitaba un alma por la Alameda. A lo lejos, si me concentraba, podía escuchar las reverberaciones de la carretera tremolando suavemente. Cuando pasé por el Óvalo un grupo de señoritas empezó a hacerme gestos y a gritarme cosas. Creo que era la primera vez que veía prostitutas menstruales en ese punto de la ciudad. Una de ellas, de unos cuarenta años, se me acercó lentamente. “Hola, guapito”, dijo. La saludé de vuelta. “Hola”. Me preguntó si por casualidad no tenía un cigarrito que le regalara. Le dije que no, que se me habían acabado recién porque venía de un carrete. Me preguntó cómo lo había pasado. Le dije que bien, pero que mi amigo se había ido sin avisarme y ahora tenía que devolverme solo a mi casa. No me había dado cuenta, pero había dejado de caminar y ahora conversaba frente a frente con la prostituta. “¿No queri sentarte aquí un rato?”, me preguntó. “Nah, tengo que llegar luego a mi casa”. “Hace frío”, me dijo sentándose en una jardinera. Asentí con la cabeza. Luego dijo, “oye, ¿no queri ir a alguna parte? Vamos a alguna parte”. No sé por qué, pero luego de vacilar unos segundos, acabé preguntando torpemente, “¿cuánto cobrai?”. Me dijo que cobraba quince lucas la hora y veinticinco la noche completa. Le dije que tenía veinte lucas, pero estaba mintiendo. Le pedí que me mostrara algo, porque no iba a aceptar sus servicios sin saber a qué me comprometía. Me dijo que me fuera a la chucha, que era una pendejo barsa y que no iba a mostrarme nada, menos si no ponía plata por adelantado. Le pedí que me mostrara una teta sin cobrarme, pero se ofendió más y se incorporó. Yo me alejé, raudo. La prostituta empezó a gritarme desde donde estaba, insultándome y delatándome con sus amigas, como si fuese algo tan grave.

“No sé por qué, pero en lo que restó de la caminata a mi casa, me acordé de la puta culiá de mi ex y pensé en llamarla. Pensé en cantarle “Y yo estoy aquí, borracho y loco” por teléfono, pero ya no estaba tan borracho y no era justificable. Quizás estaba con ese otro hueón que se está comiendo ahora. Pero siendo sincero me daba un poco lo mismo. Tenía una botella de vino en la mano y me dio lo mismo todo.

- ¿Y cómo llegaste a tu casa al final?
- No sé. Bien.

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